Entre El Falso Testigo y el Falso Salvador: la verdad como rehén de la seguridad

Entre el falso testigo y el falso salvador: la verdad como rehén de la seguridad

Por: Alex Morales

Abogado Penalista, Defensor de Derechos Humanos y Analista 

En Colombia, el concepto de "seguridad" ha sido históricamente manipulado como una herramienta de poder, muchas veces desconectada de los intereses reales de las víctimas. A nombre de la seguridad se han justificado montajes judiciales, se han ignorado violaciones de derechos humanos y, lo que es más grave, se ha fabricado verdad a través del testimonio de quienes mienten para sobrevivir, para beneficiarse, o para servir a los intereses de quienes detentan el poder.

La figura del falso testigo no es un accidente ni una anécdota. Es un fenómeno estructural alimentado por incentivos perversos en el sistema judicial: beneficios jurídicos, reducción de penas, protección y hasta protagonismo mediático. En este contexto, la búsqueda de justicia se transforma en una carrera por imponer una narrativa útil, no necesariamente cierta. La verdad, entonces, queda secuestrada entre la palabra de quien acusa sin pruebas y el silencio de una institucionalidad más interesada en mostrar resultados que en garantizar derechos.

Al otro lado de la balanza, aparece el falso salvador: ese funcionario, político o jefe institucional que promete seguridad con mano dura, pero que en realidad instala un modelo de represión, señalamiento y criminalización de sectores sociales enteros. Este personaje suele alimentarse de cifras, operativos espectaculares y titulares de prensa, mientras el tejido social se resquebraja y las víctimas reales —esas que no tienen acceso a los micrófonos— son revictimizadas o ignoradas.

En medio de este escenario, las víctimas quedan atrapadas. No las escuchan, no las reparan, no las protegen. Y peor aún: a veces las convierten en victimarias con base en pruebas falsas, como parte de una maquinaria que necesita culpables urgentes para sostener la idea de un Estado eficaz.

El problema no es solo judicial. Es profundamente político. Mientras no haya un compromiso real con una verdad incluyente y con una justicia restaurativa que supere el afán punitivo y mediático, seguiremos repitiendo el ciclo: falsos testigos que apuntalan falsas salvaciones, y una sociedad que aplaude sin saber que la verdad está secuestrada.

Hoy, más que nunca, necesitamos una opinión pública crítica, una prensa rigurosa y una defensa judicial que no tema incomodar. Porque en un país donde la seguridad se impone sin verdad, la paz es solo una ilusión estadística.

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