Título: Cuando el territorio habla y el Estado calla
Por: Alex Morales
En Colombia, hay zonas donde la voz del territorio es clamor de urgencia, memoria viva y resistencia. Son comunidades que han aprendido a sobrevivir al margen de la institucionalidad, que alzan la voz en medio del abandono, y que siguen esperando respuestas que nunca llegan. En estos territorios, el conflicto no ha terminado: se ha transformado, se ha desplazado, y en muchos casos, ha sido silenciado.
Mientras el Estado diseña planes desde los escritorios en Bogotá, en las veredas, corregimientos y periferias urbanas el control social es ejercido por los factores reales de poder. Y el silencio institucional frente a estas violencias cotidianas es más que omisión: es complicidad encubierta.
Cuando el Estado no escucha al territorio, lo entrega. Y con cada silencio, legitima el control armado y fragmenta el proyecto de nación.
El conflicto persiste donde la institucionalidad no llega, pero también donde llega mal: con presencia militar sin garantías civiles, con burocracia sin protección real, con presencia simbólica sin acciones efectivas. El resultado es una paz parcial, excluyente, que reproduce las causas del conflicto.
El territorio habla en las mingas, en los paros cívicos, en las denuncias comunitarias. Habla con la dignidad de quien resiste. Pero el Estado calla, ignora o responde con estigmatización. Y ese silencio perpetúa el conflicto, porque donde no hay escucha, no hay solución.
Colombia necesita una institucionalidad que escuche con profundidad, que actúe con coherencia y que reconozca que sin el territorio no hay paz posible. Porque el silencio, en este país, no es neutral: es una forma de violencia.
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